¿Y si vemos la otra parte de la misma realidad? Pensemos en nosotros, los que nos hemos quedado, en el día de recordar a los que han partido. No como lo contrario, eso no. Eso sería separar, no entender. Como lo complementario, eso sí. Como la otra mano, la otra pierna, el otro ojo. Seamos abrazo, caminante, visión.
Elevarnos a ver la muerte como invitación para honrar la vida, la saca del rincón oscuro al que la hemos arrojado. Si sale del rincón y tenemos el temple de mirarla, si más allá de la máscara que en nuestra mente tenía, la vemos, dejaremos de temerle.
Tememos cuando no comprendemos. A la vez huimos cuando tememos. Huyendo de algo es muy difícil comprenderlo. Alguna día habrá que romper el círculo vicioso.
La muerte tiene su esfera, rige en el plano físico. En la esfera no física, no rige. Las ideas, los sentimientos, las creaciones, los valores son inmortales. El amor intercambiado es inmortal. Las palabras que emergen de un lugar hondo y nos tocan en lo profundo, no mueren; ni siquiera tienen otoño, son siempre verdes.
El secreto para adentrarse en lo inmortal, radica en ser valiente. No más. Lo inmortal reside en el corazón humano.
Para quien reside en su corazón, su propia muerte no es un problema, pues cada día ama, agradece, honra. No se deja nada en el tintero. Sin nada pendiente, es fácil irse en paz.
Mmmm… Aún para quien reside en su corazón, la muerte de los seres queridos, es un desafío. Admitámoslo. Duele, pesa, ensombrece. Pero resulta que los días pasan, las semanas transcurren y la realidad detrás de la realidad inicial, se dibuja más clara. El corazón está conectado a lo inmortal en nosotros, y poco a poco su siguiente cuota de sabiduría se asienta en la consciencia. La muerte sólo rige en el plano físico. Uno va descubriendo que los sentimientos son eternos, que sigue sintiendo el mismo amor; uno va comprendiendo que es el que es, por lo compartido; las relaciones son eternas, son la sustancia de nuestra identidad. Uno va viendo que no es posible separar “entones” de “ahora” y ser fiel a la verdad. No se puede. Ahora es como es, por entonces. Entonces está aquí, palpita en el pecho. El que partió no se fue, del corazón no.
La muerte tiene su esfera. Todo se ordena si dejamos de otorgarle un lugar que no le corresponde. Arrinconándola no la redujimos, la hicimos inmensa. Muere el cuerpo, es cierto; perece lo superficial, es indudable. Caduca todo aquello que hagamos que esté lejos de nuestro corazón, implacable verdad…
Podemos verlo, ser valientes y dejar de perder el tiempo.
Intercambiemos lo eterno en cada encuentro
y lo eterno viniendo a nuestro encuentro
será nuestro pan de cada día.
Isabella Di Carlo