Cuando regresas a ti, te encuentras con todos y con todo. Entonces sientes en tu propio corazón el pulso de la gran comunidad viviente.

El siglo XXI se presenta como un espejo fracturado del siglo XX, en el que las sombras de las grandes crisis pasadas se proyectan con una intensidad amplificada por la inminente amenaza de la sexta gran extinción planetaria. La geopolítica convulsa, el cambio climático desbocado y la creciente desigualdad económica convergen en un vórtice de incertidumbre, exigiendo un profundo «regreso al centro» de la humanidad.

El siglo XX estuvo marcado por dos guerras mundiales, la Guerra Fría y una serie de conflictos regionales, todos alimentados por ideologías extremas, nacionalismos exacerbados y la lucha por el poder. El siglo XXI, si bien no ha visto aún una conflagración global de la misma magnitud, exhibe una fragmentación del orden internacional, con el ascenso de potencias regionales, el resurgimiento de nacionalismos y una creciente competencia por los recursos.

La globalización, que prometía interconexión y prosperidad, ha revelado sus propias contradicciones, exacerbando las desigualdades y creando nuevas formas de dependencia. La crisis financiera de 2008, un eco de la Gran Depresión, expuso la fragilidad del sistema económico globalizado y la voracidad de un capitalismo desregulado. Este fractal de la historia nos recuerda que las crisis, aunque se manifiestan de manera diferente, comparten raíces profundas en la naturaleza humana y las estructuras de poder.

Sin embargo, el siglo XXI se distingue por una amenaza existencial sin precedentes: la sexta gran extinción de la gran comunidad viviente. La actividad humana, a través de la deforestación, la contaminación, la sobreexplotación de recursos y, sobre todo, la emisión descontrolada de gases de efecto invernadero, está alterando los sistemas ecológicos y acelerando la extinción de miles de especies  a un ritmo alarmante. El cambio climático, con sus olas de calor extremas, sequías, inundaciones y el aumento del nivel del mar, amenaza con desestabilizar las sociedades y desplazar a millones de personas. La pérdida de biodiversidad, debilita la resiliencia de los ecosistemas y pone en peligro la propia supervivencia de la humanidad. Esta crisis ecológica, a diferencia de las del siglo pasado, es un proceso gradual e irreversible que redefine la relación entre la humanidad y el planeta.

En este contexto de crisis múltiple, la necesidad de «regresar al centro» se vuelve imperativa. Este «centro» no es un punto geográfico, sino un estado de equilibrio y armonía en múltiples dimensiones:

  • El centro interior: Implica cultivar la paz mental, la resiliencia emocional y la conexión con nuestros valores fundamentales. En un mundo de incertidumbre, la estabilidad interna se convierte no sólo en refugio sino en el primer paso hacia la solución,  pues la contaminación del planeta  es un reflejo fiel de la de nuestro propio corazón.
  • El centro social: Implica fortalecer los lazos comunitarios, promover la justicia social y construir sociedades más equitativas. La creciente desigualdad y la fragmentación social amenazan la cohesión y la estabilidad.
  • El centro ecológico: Requiere restablecer una relación armoniosa con la naturaleza, adoptando prácticas sostenibles y reconociendo los límites del planeta. La crisis climática nos obliga a repensar nuestro papel como especie y a asumir la responsabilidad por el futuro de la vida en la Tierra.

A pesar de la magnitud de los desafíos, hay motivos para la esperanza. La inteligencia artificial, bien manejada, tiene el potencial de revolucionar la forma en que abordamos los problemas globales, desde la modelización del cambio climático hasta el desarrollo de soluciones energéticas sostenibles. Las energías limpias, como la solar y la eólica, están ganando terreno rápidamente, ofreciendo una alternativa a los combustibles fósiles. Y la fusión nuclear, aunque aún en desarrollo, promete una fuente de energía limpia, abundante e inagotable en el horizonte cercano.

Sin embargo, estas tecnologías por sí solas no serán suficientes. Necesitamos un cambio profundo en la conciencia humana, un «regreso al centro» que nos permita trascender la ambición desmedida, la codicia y la miopía. Necesitamos cultivar la empatía, la compasión y la solidaridad, reconociendo nuestra interconexión con todos los seres vivos y nuestra responsabilidad por el futuro del planeta.

Nuestro siglo XXI se enfrenta a una crisis que refleja y supera las del siglo pasado. La sexta gran extinción añade una dimensión de urgencia y gravedad sin precedentes. El porvenir inmediato   depende ahora de nuestra capacidad para regresar al centro, tanto individual como colectivamente, y para utilizar las herramientas de la ciencia y la tecnología con sabiduría y responsabilidad. El futuro de la humanidad y del planeta depende de nuestra capacidad para aprender de los errores del pasado y para construir un mundo más justo, sostenible y armonioso.

Jorge Carvajal